
La reciente crisis provocada por la influenza humana –mal llamada “porcina” en un principio- dejó al descubierto una serie de aspectos que antes no habíamos revisado en México.
Primero: Que somos un país sucio. De no haber sido alarmados hasta la náusea por los medios de comunicación amarillistas, no habríamos modificado sustancialmente muchos de nuestros hábitos de higiene. En este renglón, como todos podemos estar de acuerdo, siempre será mejor el exceso que la carencia. Y sí, era hasta cómico ver a nuestros “pulcros” microbuseros y choferes del transporte público portando cubrebocas y guantes de látex para atender a sus pasajeros.
Segundo: Que habíamos sido poco observadores. La aparición de los cubrebocas en los rostros de ALGUNAS mujeres, les aportó un cierto aire de misterio que hasta hizo interesante para los caballeros andar por las calles adivinando si la cara que acompañaba a unos ojos cautivadores, correspondería a las expectativas mostradas.
Tercero: Que somos muy mañosos. La prohibición que se dio en la Ciudad de México a las reuniones masivas, que obligó al cierre de museos, cines, centros de diversión y hasta “antros”, hizo que muchos capitalinos “pasaran la frontera” de los límites con el Estado de México, para dar rienda suelta a sus ansias de diversión y jolgorio, lo que hizo inoperante la medida. Por ejemplo, en los alrededores del Metro Toreo, la parte correspondiente a la capital lucía vacía y con la mayoría de los restaurantes cerrados, pero una vez que se pasaba una calle, uno podía encontrar abiertos restaurantes y loncherías, como si el hecho de pasar una sola calle fuera suficiente para alejar la amenaza sanitaria.
Cuarto: Que somos sumamente ingenuos. Basta ver la serie de estupideces (perdón, pero no se le puede dar otro nombre) que estuvieron circulando por el internet, con versiones catastróficas de complots internacionales que, desafortunadamente, hicieron mella en una serie de “zoquetitos”, por decirlo elegantemente, desinformados, que pedían a gritos que los medios presentaran fotografías de los muertos, para poder creer que realmente teníamos encima de nosotros una emergencia sanitaria. Esta situación –por cierto- hizo que en los primeros días de la emergencia, mucha gente bajara la guardia, con lo que el peligro de una pandemia estuvo muy cerca de nosotros.
Quinto: Que seguimos teniendo unos políticos oportunistas. Éstos no desaprovecharon el hecho de que la atención ciudadana estaba en otros asuntos, y aprovecharon para aprobar leyes al vapor, como lo es la que permite la portación de drogas “para uso personal”. ¡Hágame usted el favor!
Desafortunadamente, nuestro espacio es limitado, pero ya habrá otras oportunidades para analizar la “factura” que nos deja esta experiencia.
Saludos.
Primero: Que somos un país sucio. De no haber sido alarmados hasta la náusea por los medios de comunicación amarillistas, no habríamos modificado sustancialmente muchos de nuestros hábitos de higiene. En este renglón, como todos podemos estar de acuerdo, siempre será mejor el exceso que la carencia. Y sí, era hasta cómico ver a nuestros “pulcros” microbuseros y choferes del transporte público portando cubrebocas y guantes de látex para atender a sus pasajeros.
Segundo: Que habíamos sido poco observadores. La aparición de los cubrebocas en los rostros de ALGUNAS mujeres, les aportó un cierto aire de misterio que hasta hizo interesante para los caballeros andar por las calles adivinando si la cara que acompañaba a unos ojos cautivadores, correspondería a las expectativas mostradas.
Tercero: Que somos muy mañosos. La prohibición que se dio en la Ciudad de México a las reuniones masivas, que obligó al cierre de museos, cines, centros de diversión y hasta “antros”, hizo que muchos capitalinos “pasaran la frontera” de los límites con el Estado de México, para dar rienda suelta a sus ansias de diversión y jolgorio, lo que hizo inoperante la medida. Por ejemplo, en los alrededores del Metro Toreo, la parte correspondiente a la capital lucía vacía y con la mayoría de los restaurantes cerrados, pero una vez que se pasaba una calle, uno podía encontrar abiertos restaurantes y loncherías, como si el hecho de pasar una sola calle fuera suficiente para alejar la amenaza sanitaria.
Cuarto: Que somos sumamente ingenuos. Basta ver la serie de estupideces (perdón, pero no se le puede dar otro nombre) que estuvieron circulando por el internet, con versiones catastróficas de complots internacionales que, desafortunadamente, hicieron mella en una serie de “zoquetitos”, por decirlo elegantemente, desinformados, que pedían a gritos que los medios presentaran fotografías de los muertos, para poder creer que realmente teníamos encima de nosotros una emergencia sanitaria. Esta situación –por cierto- hizo que en los primeros días de la emergencia, mucha gente bajara la guardia, con lo que el peligro de una pandemia estuvo muy cerca de nosotros.
Quinto: Que seguimos teniendo unos políticos oportunistas. Éstos no desaprovecharon el hecho de que la atención ciudadana estaba en otros asuntos, y aprovecharon para aprobar leyes al vapor, como lo es la que permite la portación de drogas “para uso personal”. ¡Hágame usted el favor!
Desafortunadamente, nuestro espacio es limitado, pero ya habrá otras oportunidades para analizar la “factura” que nos deja esta experiencia.
Saludos.
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