APOLOGÍA DEL ESCÉPTICO POR LUIS M. URBINA S.

| lunes, 2 de noviembre de 2009

Podrán encontrar bastante material sobre comportamientos paranoides, exageraciones y asepsia en páginas aledañas. Este escrito, no obstante, pretende un tema intrínsecamente relacionado, algo así como “La ingenuidad en el siglo XXI”

No es forzosamente incorrecto ser jactanciosos de algunas verdades. Nosotros ya nos sobrepusimos a la colisión hormonal de la adolescencia. Hemos sido participantes solitarios de nuestras propias batallas. Pero, sobre todo, liquidamos el pueril ensimismamiento y la confusa ingenuidad de la niñez: somos los adultos. Maestros, precisos, capaces, infalibles, sapientes, ordenados, ambiciosos. Las piruetas de la realidad no conturban nuestra percepción insinuadamente estoica, pues, es de nosotros saber que usufructuamos “la verdad”. Verdad… ¿pero sabemos qué es la verdad?

Apenas eran mozos los días de contingencia. Ni siquiera era dificultoso encontrar un cine abierto, cuando ya un fantasma se cernía por nuestros correos (electrónicos). El fantasma de los correos cadena. Generalmente con una fachada más bien seria –austera dirían algunos-, las presentaciones escasamente profesionales se disponían en nuestro monitor. Iniciando siempre, con un pantallazo negro que da ese peculiar aire de severidad. El autor sin rostro ni silueta, seguramente pensó que su público bajaría la guardia, esperando, dispuesto a dedicar unos minutos a unas láminas que le contarían “la verdad de este asunto”. Sorprendentemente, y contra toda sensatez, una buena parte de la población se adjudicó esas verdades cuyo sustento fue y sigue siendo tan confiable como un contrafuerte de aire. De un momento a otro, aquellos infalibles se sentían bien seguros de que la verdad era nuevamente de ellos, por absurda que pareciera si se les dedicaba más de dos minutos de meticuloso análisis.

Uno se levanta una mañana y de golpe ya algunos presumen verdades irrefutables que descubrieron en su bandeja de entrada. Proposiciones que rayan en lo peculiar, aunque todavía posible, hasta anécdotas tan descabelladas que de ser ciertas, cualquier periodista y publicación harían lo que fuera por dar a conocer “oficialmente”. Es así que el registro de los números celulares es una iniciativa de una red de crimen organizado para subyugar a la población, y que las ligas para el cabello en realidad están hechas con restos de preservativos (usados, además), por lo que al ponérselas en la boca mientras se usan las dos manos para preparar el cabello, es casi una garantía de contagio de VIH. Lo próximo que veremos es un paradigma presuntamente científico que expone que alguna nueva teoría de una ciencia elevadísimamente seria, y con un nombre incómodamente largo, afirma que hay 1x100-175 de probabilidad de que en este momento, el lector se convierta en André Bretón si no manda el correo a 1x1056 personas en 0.89 parsecs, como máximo. Y aseguro: gente habrá de reenviarlo.

Hay también los que presumen una verdad generalmente fatalista y muy escasa. Son expertos en encontrar cosas que no hay, o sólo tienen tendencia a apresurar conclusiones. Pueden ser englobadas como “teorías de conspiración”. La verdad es una panacea complicadísima por el encandilante halo de la percepción. Cuando una persona es -en extremo contrario- irracionalmente escéptica, alguien pudiera decir que esa persona ya no sabe qué creer. ¿Será mejor ser un ingenuo, que alguien que aleatoriamente decide qué es verdadero y qué no? Tal vez sea más prudente ser presenciales de una catástrofe. Entonces, quizá, sólo entonces, sea momento de chocarnos las cabezas unos con otros.

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